1 de julio de 2009

Nubes en el suelo por Silvia Loustau



El silencio en su caída azota mi rostro.
Virginia Woolf (Las Olas)


No sabía porque en sus caminatas juntaba las pequeñas, sedosas piedras que reposaban a orillas del río. Ese río tan cotidiano. A tan pocos metros del fondo de su casa. Atravesar el pórtico verde, deslizarse unos doscientos metros sobre el pasto siempre húmedo y allí estaba. Su líquido espejo. Su amigo que la arrullaba mientras ella pensaba en la señora Dalloway y sus desgracias.
Otras mañanas no pensaba en nada. Sentía el mundo gris pesándole sobre su frágil espalda. Y cada tanto un canto rodado la llamaba. Ella le respondía arrullándolo en los bolsillos de su pollera.
Había conseguido un cuenco de plata y allí iban a parar las piedras. Extraño adorno, opinó Vitta. Nada más.
Pesadillas. Palabras . Palabras y pesadillas la perseguían otra vez. Angustia al despertar. Largos, lentos paseos escuchando los secretos del río, para lograr la calma. Aquella tarde observó las
nubes corriendo sobre el agua. Río espejo. Todo se había invertido, pensó, piedras en el cielo, nubes en el suelo. Todo se había invertido. Y lloró.
A la mañana siguiente rechazó el desayuno que le preparó el ama. Buscó su delantal, aquel que usaba en verano. El de las flores liberty y los amplios bolsillos.
Caminó los doscientos metros que la separaban del río. Mientras tanto los cantos rodados le susurraban mensajes desde el fondo de los bolsillos. Llegó a la orilla. Juntó más piedras. Con parsimonia, casi con religiosidad entró al agua. Despacio. Despacio. Hasta que la cubrió. ■

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente, Silvia, sin nombrarla, a nuestra admirada Virginia, logras un retratro de sus últimos mometos claro, casi una foto. Un abrazo de

Flor

Anónimo dijo...

Muy bien la descrpción de estos últimos momentos de Virginis Woolf, a la que adivinamos sin que la nombres. Un abrazo

Alicia

Anónimo dijo...

Silvia: da la sensación de estar acompañando esa última caminata, los murmullos del roce de las piedras las que, sin saberlo quizá, juntaba para que la acompañaran hasta la última mirada.
Te abraza, Laura Beatriz Chiesa.