No se que hora de la madrugada era. No se. Era domingo. Había oído una llovizna descolorida. Y volví a dormirme. El día anterior había sido mi cumpleaños y los amigos más queridos habían estado en casa. Un tema sobrevoló toda la velada: los compañeros que habían podido huir a Chile, burlando una de las peores mazmorras del país: la cárcel de Trelew: Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna, del PRT-ERP, Marcos Osatinsky y Roberto Quieto, de las FAR, y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros- lograron subirse a un avión secuestrado y refugiarse en Chile.
Aún, hoy, resuena en mí la voz de José, que encendió la luz de la habitación, y con la voz ahogada, sollozó:
- Los hijos de puta han asesinado a compañeros en Trelew-
Un frío gris y ofídico corrió por mi cuerpo. La guerra está declarada, pensé. Han asesinado a los compañeros en Trelew. Los que debían huir a Chile. Chile del compañero Allende les iba a dar lugar. Seguir la batalla. Los han asesinado. La sangre corre. Hijos de puta. Los han asesinado a la hora del lobo. Siento el hueco. Me pongo un saco sobre el piyama. Me miro el cuerpo entero y lloro. Los han asesinado. ¿A cuántos?
No importa, aunque fuese sólo uno. ¿A quienes? Estaban unidas todas las organizaciones. Montoneros. FAR. ERP. Casi temblando me siento al lado del Flaco que está pegado a la radio uruguaya. Cuatro han podido huir a Chile:
Robi Santucho / el pelado Gorriaran Merlo/ Domingo Menna- los tres del ERP;
Marcos Osatisky y el Negro Quieto - de las FAR y Fernando Vaca Narvaja –Montoneros, habían podido huir hacia la libertad. Huir hacia la libertad para seguir construyendo el camino.
No veía el café entre las lágrimas. Por favor que diga los nombres de los caídos. Los compañeritos caídos entre los aullidos del viento patagónico. No. Los compañeritos masacrados entre los aullidos del viento. El Flaco levantó el tono de radio Colonia, uruguaya, así sabríamos la verdad, no los cuentos de los milicos.
Sonó el timbre. Escuché la voz de Paco, un cumpa de militancia de José. Además del frío traía con el la pesadumbre. Me avergonzó las tortas y sándwiches que habían quedado sobre la mesa, Festejaba mi cumpleaños mientras Emilio Sosa y el teniente de fragata Roberto Guillermo Bravo tra-tra-tra-tra con sus ametralladores contra la carne joven (no se olviden señores: Sosa y Bravo).
Paco me besa:
- ¿Qué querés que te diga flaca?-
- No digas nada – señalé hacia la mesa- servite, ayer fue mi cumple. Ahora te llevo café –
-Y esto con ¿ anuencia del hijo de puta de Mor Roig -
Tomar la Universidad esa tardecita. Pintadas en toda la ciudad. Panfletear.
¿Y los cadáveres? ¿Y los cadáveres? ¿Y los cadáveres de los dieciséis?
-Preciosa, encárgate de la ronda telefónica de seguridad – dijo el Flaco tomando las llaves del auto - ¿Tenés algún control hoy?-
-Sí, telefónico –
La vida seguía. Las señoras volvían con las cajas de ravioles del domingo. Con el pan. Conversaban de una telenovela. ¿Y los dieciseis cadáveres?
Padres de José. Sabían la noticia. Cuídense. Cecilia su tono de tristeza no necesitaba decir más. Todo bien. Néstor salió temprano. Seguro que nos vemos. Llamada de control. La voz de Oscar era tensa. Todo bien, Volvé a llamarme a las cuatro, a lo mejor salimos. Traducido: tareas por los compañeritos de Trelew.
-Claro que va el programa, Mariana- la respiración de María era más agitada que de costumbre- Excepto que no nos cierren las puertas de la radio va, y escribí con todas las llagas -
y están allí los dieciséis cadáveres
Un auto frena casi sobre mis piernas. El hombre me putea. Ni lo miro.
quien confunde el chirriar de los frenos con los gritos de esta madrugada cuando sonó la metralleta y chau la vida. quien piensa en este sol en esa sopa en esta aire que ya no ya nunca. los dieciséis cadáveres.
Paso por el kiosco de diarios. Un hombre, aspecto de noche y vino, comenta cómo tan jóvenes y la culpa a la tienen los padres de ahora, dice una vieja con el rodete finito.
a quien le importa sino ver morbosamente sus caras en los diarios sin pensar que sumaban osamentas tan jóvenes. al fin y al cabo eran poetas de la violencia. amadores del hombre. a quien le importa que quisieran derrumbar las rejas los silencios la tierra encadenada. a quien le importa.
Abrí la puerta de casa. Cerré despacito. Y me dejé resbalar hasta el suelo, llorando, silenciosa. Repitiendo: a quien le importa. A quien le importa. Y veía sus rostros uno a uno.
Fui a mí mesa de trabajo y en mi lettera naranja escribí aquel texto que recorrería tantos sitios: a quién le importa.
Ordené la casa. La vida seguía. Los oídos atentos a radio Colonia. Preparé algunas mantas y termos, por si había que pasar la noche dentro de la Universidad.
- Y mañana, como sea, Laura se viste de Mariana y pone su cara de a quien le importa en el LEMIT, como si nada hubiese pasado –
Me tiré en la cama. Me tapé hasta la cabeza. No quería esa realidad. No.
- Flaquita, eh, Mariana –
- ¿Qué novedades hay?- tenía entre sus manos una carpeta- Dejame leer-
Algunos testimonios de los compañeros sobrevivientes:
"Queridos compañeros: No puedo sino dirigirme a ustedes para informarles acerca de los acontecimientos que los inquietan y que yo he vivido. Después de concretarse la toma del aeropuerto de Trelew, nos planteamos mis compañeros y yo la necesidad de garantizar nuestra seguridad física en el trato posterior a la rendición; de tal forma se logró una amplia certificación de nuestro estado físico, por parte de médicos y …el oficial de policía que lo acompañaba, se portaron en forma correcta. Al llegar las tropas de infantería de marina, las tratativas de la rendición se celebran con el oficial al mando de las mismas, capitán de corbeta Sosa, ante quien Mariano Pujadas, Rubén Pedro Bonet y yo.
La que declaraba era Maria Antonia Berger, quien con su sangre, cuando la ametrallaron, escribió: Viva Perón.
Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataría de un simulacro con balas de fogueo. Vi caer a Polti que estaba de pie sobre la celda N° 9, a mi lado; y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Era parte de la declaración de Camps.
Maria Antonia Berger. Alberto Camps. Rene Haidar. Los tres sobrevivientes.
José me llevó a tabicada a una casa, que deduje estaba en las afueras de La Plata , por la distancia y los saltos del auto. No pienses Laura, una militante cerrada no debe saber detalles. Ni mínimos, me dijo Mariana.
Tipee y tipee el horror. Frente a mi había una compañera que la había visto en Ensenada, sabía que trabajaba en los frigoríficos, iba armando los volantes para las panfleteras. Dos mimeógrafos funcionaban enloquecidos. Uno chirriaba, recuerdo, yo pensaba en los alaridos de los compañeros.
El trabajo estaba bien dirigido. Era rápido.
- A las doce tomamos la Universidad- un pelirrojo de anteojos sobrevoló su mirada- En todo el país a la misma hora, la consigna: La sangre derramada no será negociada.-
Dio una vuelta viendo cada trabajo, aquí y allí hizo algún cometario.
Recién cuando finalicé de tipear miré a mí alrededor. Tenía aspecto a taller de costura. Sobre la pared del fondo había una línea de ventanas cubiertas con cortinas de esterilla. Vi que la luz se había ido.
Un morocho musculoso, de mirada recia, en voz baja pero firme ordenó:
- Ya está todo listo, ya saben los compañeros que se quedan aquí- ojeó alrededor, como guardando el orden- los que tienen auto van a salir de a dos por auto, cobertura: pareja que se pasó cogiendo en un lugar prestado- miró su reloj- a esta hora ya hay algunos cumpas dentro de la universidad, ya saben las minas mas flacas pasan por los ventiluces que dan sobre el suelo, así que.
José y yo salimos juntos con otra pareja que jamás había visto. Se besuqueaban con tal desesperación que cualquiera se hubiese creído el cuentito.
En casa pasé lo que leería en la radio y puse un sweater limpio y unas pinturitas para salir al otro día hacia el trabajo.
La guardia para la entrada a radio Provincia, que funcionaba, en el mismo edificio de la Biblioteca de la Universidad y Bellas Artes, toda una manzana, estaba rodeada por la montada. Como una montonera de Guemes Maria me esperaba en la puerta, con su poncho federal, su cabello corto y rubio, alta. Siempre las carpetas y los libros entre sus brazos. Cuando vio que bajé del auto tocó el timbre.
Abrió el programa sin palabras, sonó: Adiós Nonino.
¡Soy...! la raíz, del país/que amasó con su arcilla/¡Soy...! Sangre y piel, del "tano" aquel/que me dio su semilla. /Adiós "Nonino"... que largo sin vos/será el camino.
¡Dolor, tristeza, la mesa y el pan...!
Y mi adiós... ¡Ay! Mi adiós.
Cuando estuvimos fuera del aire susurró:
- El que quiera entender que entienda –
Sabíamos que mucha gente de la Universidad escuchaba el programa.
- Después del noticiero lees lo tuyo- dijo tendiéndome las hojas- no hay que corregir una coma, Mariana, acordate lo que te digo ese escrito pasa a través de tiempo –
A quien le importa si uno de estos días el dolor se cae en algún pozo y se borran los dieciséis cadáveres.
pero comiencen a temblar señores. ya nadie cree en fantasmas ni exorcismos. pero el a quien le importa puede convertirse en un grito gigantesco. Y un ejercito da cadáveres se levantará despacio desatando el trigo encadenado. Aunque ahora, me ahogo lentamente mientras velan los dieciséis cadáveres y a quien le importa.
Desde la cabina Beethoven inundó el estudio. El operador entró con los dedos en V, me dio un abrazo y otro a María:
- Ustedes si que tienen unas pelotas que les envidia cualquier tipo-creo que advirtió nuestros ojos húmedos- esperen -
Y se apareció con unos vasos que siempre estaban sucios, con una ginebra que estaba de moda, color té.
- Quien quiera oír que oiga, y no olvide- moduló María – no olvide el a quién le importa cuya autora es Mariana- respiró hondo – esta masacre tiñe de bermejo las manos de todos los indiferentes -
Hizo una seña al operador.
No me pregunten quien soy/Ni si me habían conocido/Los sueños que había querido
Crecerán, aunque no estoy. /Ya no vivo, pero voy/En lo que andaba soñando.
Con La Milonga del Fusilado cerramos el programa. Miré a María, sus ojos grises eran un mar de tristeza. Me observaba.
Sentí todo tu cariño, madre poética. Apreté su mano delgada, demasiado delgada, de largos dedos.
- ¿Venís para la Universidad?-
- ¿Y qué sino? ¿Te crees que estuve recitando? – pasó su cabeza por el poncho- Decir y hacer, Mariana-
Al salir me sobresalté. Un Valiant oscuro esperaba e hizo señas de luces. Había olvidado que cambiaban los vehículos por cuestión de seguridad.
José vino a nuestro encuentro. Subimos escuchando los cascos nerviosos de la montada.
-Les aseguro que no quedó nadie en la universidad sin escuchar el programa –comentó un compañero a quien veía por vez primera – Estuvieron increíbles-
Sobre la calle 47 no había policia. Caminamos contra la pared contando 5 tragaluces. Allí nos tiramos en el suelo, ya húmedo, y fuimos tragadas por esa extraña boca.
Encerrados en un aula escuchamos las consignas.
1º) La universidad está tomada en señal de duelo. Se pondrán lazos negros en todas las banderas.
2º) Mañana no se dictarán clases en ninguna Universidad del país, o que nos saquen a los palos. Ya sabemos que hay profesores y ayudantes que nos apoyan.
3º) Cuando la montada cambia, más o menos tardan media hora, se despliega en el frente y a través de la calle la pancarta: LA SANGRE DERRAMADA NO SERÁ NEGOCIADA.
4º) Pelotones de apoyo, que están por toda la ciudad, zonas industriales, pintarán los nombres de los compañeros asesinados. Tendremos fuegos artificiales, ya se lo imaginan.
- Por el momento eso es todo- finalizó el morocho alto, de espaldas anchas, cabello lacio, ojos almendrados y sonrisa amigable.
Me gustó con la tranquilidad que había trasmitido las órdenes.
Apoyó un pie en el borde de un banco para atarse los cordones. Bajo su grueso pulóver gris vi el borde de una camisola celeste. Médico.
(El negro Bossio sería uno de mis grandes amigos, muchos años después supe que murió combatiendo en una casa de La Plata donde funcionaba una imprenta clandestina)
Oímos bombas y patrulleros. Imaginé a los compañeros pintando y el alquitrán chorreando como gotas de sangre negra.
Algunos compañeros descansaban como podían en los bancos o en los escalones de mármol gastado que daban a Derecho.
Conversábamos lento, esa lentitud que da el cansancio, con compañeros de diferentes frentes cuando escuchamos las frenadas de autos. Las sirenas rompiendo el tul de la madrugada.
- Cagamos, la cana –
- Quédense en sus lugares- ordenó Oscar.
El Flaco se acercó con sigilo.
- Tratá de ir para Derecho y cualquier cosa rajá como puedas-
Me sentí entre dos fuegos
- Sólo abrimos si nos permiten negociar un día de duelo- gritaba un compañero por un megáfono-
Tira y afloja.
Lo dejaron entrar al interventor. Se le expusieron los puntos y se le entregó una copia.
- En una hora les doy la respuesta-
Eran las cinco de la mañana. Con tres compañeras subimos a una de las aulas. Las nubes pasaban sin sombras desnudando un cielo gris que anunciaba lluvia.
Telma, se arrodilló y asomó levemente su cabeza sobre el borde de la ventana.
- Estamos rodeados- dijo
Tic-tac- tic- tac- si entra la cana nos desharán a golpes- tic- tac- no puedo huir- tic- tac- si pero no podés faltar al Lemit siendo becaria- tic- tac- sólo han pasado quince minutos. tic- tac- de qué me quejo yo- tic- tac- no estoy esperando verdugos con metralla como los compañeros de Trelew-tic- tac- ¿habrá que regar el país de sangre para llegar a la liberación?- tic- tac.
Nuevamente las sirenas. Los portazos. Los golpes contra el roble de la puerta. tic tac los latidos me ensordecían.
Alejandro grita:
- ¡Silencio ¡Escuchemos la propuesta! Se quedan todos cerca-
El interventor, rodeado por la cana leyó varios puntos. Sólo recuerdo que negociaban poner cintas de luto, pero no suspender las clases.
La rechifla fue general. Sumado a: hijos de puta asesinos.
No alcance a ver como la cana y la máxima autoridad eran sacados a los empujones. La puerta se cerró y se puso la traba de metal.
- De acá nos sacan muertos-
Por extraña casualidad funcionaba el teléfono público del patio de Derecho. Llamé a Néstor le pedí que fuese al Lemit y llevase un certificado medico. Ataque de asma.
Aquella primera parte finalizó cuando a media mañana, la universidad rodeada por estudiantes que gritaban: La sangre derramada no será negociada/ Cana hija de puta y la puta que los parió/ fueron a su vez rodeados por la montada. Explosiones y el olor agrio de los gases.
Unos colimbas se tiraron desde el techo a la primera galería de Derecho. A trompadas y culatazos contra los compañeros lograron abrir la puerta.
Salimos en fila. Golpes en la espalda. La sangre derramada no será negociada. Al que se retobaba lo sacaban de la fila y al celular. La sangre derramada no será negociada. Sentí frío corriendo por la espalda. No sabía dónde estaba José. La sangre derrama.
- Moviéndose, moviéndose guachitas- gritaba un soldado que tendría nuestra edad.
A quienes teníamos documentos nos dejaron ir.
Nos quedamos en la esquina de 7 y 48. Vimos que el ejército entraba en la Universidad y que un grupo de la Montada venía desde Plaza Italia.
De pronto recordé que yo estaba con certificado médico. No me podían ver por la calle. Control a las tres de la tarde en. Se prepara acto para las siete de la tarde. Estén en contacto constante.
Fui a la casa de los tíos. Néstor y Cecilia se veían afligidos y preocupados-
-¿Y el Flaco?-
-Lo perdí cuando se armo lío, pero tenia los documentos-me tiré en el amplio sillón.
-Ya avisé al Lemit, nena, y ahora llevo el certificado, te doy tres días-
El ascensor paró en el 8º. Tres timbres. José.
Me observó serio.
-¿Dónde te metiste? no sabía si tenías o no los documentos –
-No me retes, mejor dame un beso y contá todo lo que hay que hacer –
Nos sentamos en la cocina y tomamos un desayuno que me recodaron los de Guadalupe, allá en Chile. En Chile donde estaban los compañeros sobrevivientes de Trelew.
- A las siete marcha de antorchas. Salimos desde Bellas Artes hasta el Jardín del rectorado- el Flaco devoró un rodaja de pan.
-Todo el centro por calle 7-pensé
- Yo ahora voy con otros compañeros a avisar en Tolosa, cada uno tiene una zona-
- Acá obreros y estudiantes
- Anoche tuve guardia- comentó el tío – la reacción de la gente ha sido de bronca, los milicos se escupieron la propia cara-me miró- Muy bueno tu trabajo con las mujeres del hospital, Mariana y quiero una copia de lo que leiste en radio, nos hiciste llorar-
- Vos te vas a comprar- de pronto me observó-¿qué hacés que no estás en el trabajo?
- Tengo un ataque de asma de tres días ¿Cual es mi tarea? -
- Te dejo en casa, donde ya hay dos cumpas trabajando, para que ayudes a armar antorchas y tipees volantes-
No olvidaré nunca aquel río de fuego que atravesó la calle siete. En silencio. Una parada en cada media cuadra y en las esquinas. La sangre derramada no será negociada. Unos pasos más adelante: Clarisa Lea Place ¡Presente!
No recuerdo quien era el compañero, que parado en las escalinatas de mármol de la Universidad, arengaba con la voz enronquecida:
se produce esta forma de violencia desesperada del partido militar, que se debate para mantener el capitalismo en la Argentina. Frente al embate de las masas, ha creado la situación de un ejercicio de la violencia permanente contra el pueblo argentino. Ante eso, nuestro pueblo se ha movilizado. Ha aceptado el desafío y se expresa tanto en las movilizaciones del conjunto del pueblo como en la existencia y desarrollo de nuestras organizaciones.
Sonaron tiros. Largaron los perros. Más estampidos. Corrí. Hacia la calle ocho. Era una estampida de gente corriendo sin saber hacia donde y más estampidos de armas. José está en seguridad- pensé y corrí- está con un chumbo . Transpiraba .
Oía las herraduras de los caballos sobre el asfalto. Alguien pasó y me tomó la mano: más rápido Flaca, más rápido- era el petiso de medicina. Hijos de puta- Corré. Asesinos. Corré más fuerte. La Sangre derramada. Dale. Dale. La FAR los va a vengar. Dale flaca. Me llevé por delante una laja y me caí a lo largo. El petiso tiró de mi brazo. Me hice mierda, le dije. Hijos de puta. No puedo apoyar el pie. Corré como puedas. Me doblé el tobillo. Asesinos. Petiso, seguí, no puedo apoyar el pie. Dale boluda. Montoneros, carajo. Una mano tomó mi brazo derecho y me empujó hacia el costado. Entra piba. Entra piba, Te van a hacer pelota. Un hombre mayor me ayudó a entrar a un almacencito. Bajó la persiana. Respiré.
La mujer del Miguel me ayudó a limpiarme la rodilla, el pantalón era un tajo. Me ató un pañuelo con alcohol. Putee con todas mis ganas. Milicos hijos de una gran puta. Mis salvadores eran peronistas de la primera hora. Su hijo también estaba. El Juan Manuel trabaja en Petroquímica. Peronista también. Esperemos no le pase nada.
Me dio un té con unas gotas de ginebra y una aspirina.
-Estoy como a veinte de cuadras de la casa de unos amigos- intenté ponerme de pie. Ni creyendo en dios iba a caminar.
Don Miguel sacó una camioneta que tenia sus años. Me ayudó a subir.
- Esta Ford me la compré por los 50- comentó- cuando todavía estaba Perón-
- Dejeme en 7 y 54, ahí está bien –
Habló todo el tiempo de la doctrina y la resistencia. De la solidaridad entre los compañeros.
Le agradecí cuando me ayudó a bajar. Esperé que tomé hacia la derecha y arrastrando la pierna abrí la puerta del hall de los tíos. Ostentaba mi primera herida de guerra.
Unos días después volveríamos a ser reprimidos. En Buenos Aires. En el Local Central del Partido Justicialista, en Avenida La Plata. Allí se velaban a: Ana María Villarreal de Santucho, del ERP, María Angélica Sabelli, de las FAR, y Eduardo Capello, también del ERP. No olvidaré nunca la presencia del pueblo. No éramos solo los estudiantes. Y militantes. No. Había una unidad. Unidad en el dolor y la lucha. Aquello que llamaríamos el campo popular. Recuerdo el gris de agua del cielo. El perfume penetrante de las flores que cubrían los ataúdes. Algún sollozo. Las conversaciones en voz bajísima. Un ruido ensordecedor asustó a la muerte. El comisario general Alberto Villar llegó con las tanquetas Shortland para evacuar el local. Estábamos adentro del local con las tanquetas. Pensé que Nerón vivía dentro de personajes como ese.
Arrasaron con los cajones, con los compañeros que estábamos allí. Nuevamente la corrida. Pero más grave, Bajo el agua de los camiones hidrantes y los gases lacrimógenos.
Otra vez: corré. Corré, flaqui, corré. Las toses y el ahogo. Corré. Hijos de puta. Corré. La sangre derramada no será negociada. Corré. La sangre derramada no será. Corré. La sangre derramada. Corré. La sangre no. Corré. La sangre.
6 comentarios:
Querida Silvia: Recien ahora entré al blog y te quiero agradecer tu solidaridad por compartir con analfabetas literarias como yo todas tus vivencias. Creo que me imagino los días emocionantes que pasaste en La Plata y en la visita a tus compañeros,siempre me hace lagrimear tus recuerdos de militancia, Gracias por pasarnos los deberes del Maestro.Hay un poema sobre el tiempo que me resultó alucinante, no sé cómo se arreglaron para interpretarlo, hubiera pagado por estar ahí. Para mí era dificilísimo.Nuevamente gracias por todo. El cariño de siempre. Estela
Sin palabras mi querida Silvia. Sin palabras para agradecer este fragmento de historia que nos une a través del dolor y la memoria y la sed de justicia.
Te abrazo, Norma
Aunque leí la novela, que tiene un ritmo que no podés parar y querés saber más y más, releo hoy este texto de ella y revivo con vos ese momento, abrazos
Javier
Gracias; Siilvia, será un gusto atenderlo, besos
J.R M
Impactante relato de un momento atroz, gracias por compartirlo, un abrazo
María
Estemecedor texto. ¿Cómo ovidar todo aquello? Esa sangre nos dejó marcados a todos. Gracias. Aún a los que no lo vivieron.
Paulina
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