Elegí que un relato de Ester Mann nos acompañara en este primer número del año porque además de ser una excelente relatora, con un estilo propio, sus temas son un espejo de la vida. Ester vive en el exilio desde 1975 . Tengo el orgullo de compartir con ella
Era la fea.... Aunque tenía sus encantos: los ojos, el pelo, una buena figura....Pero era muy baja. Eso impedía calibrar su elegancia, su gusto en el vestir, sobre todo comparándola con su hermana mayor, que no sólo era alta sino que tenía esa piel blanca tan apreciada en aquellos tiempos. La altura y la palidez disimulaban la vulgaridad de la hermana. Las alabanzas de padres, amigos y parientes no le dejaban a ella, a la fea, ninguna posibilidad de dudas: ella era la deslucida, la que debía buscar la forma de ganarse el amor y la admiración de la gente. Siempre trabajó duro, primero en la escuela, obteniendo las mejores notas, luego en el trabajo...Pero en esos tiempos una mujer, una niña inteligente no traía más pan a la mesa... Tampoco trabajar rudamente aseguraba un buen pasar, la única posibilidad de salir de la miseria era un buen casamiento y para eso servía la belleza.
Siempre esperando la aprobación de sus padres, sin juzgarlos, aceptando las injusticias como un fenómeno natural, como la lluvia o el hambre. A pesar de todo, tuvo varios admiradores, muchachos que querían casarse con ella, serios, trabajadores, pobres...
Claro que no podía aceptarlos hasta que la mayor se casara... Así era entonces: primero se debía casar la mayor. Si la siguiente desobedecía ese código, condenaba a la mayor a la soltería. Y eso era la peor desgracia concebible. Estaba descartado.
Por eso ella seguía trabajando, dándole todo su sueldo a la madre; a la madre, que ahorraba para el ajuar de su hermosa hija mayor... La fea, contra toda lógica, creía en el amor. Por eso no se preocupaba por sus pretendientes. No los amaba y sabía que ellos tampoco estaban enamorados de ella. Simplemente, era un buen partido para un muchacho modesto: trabajadora, constante, buena ama de casa, ahorrativa. ¿Qué más podía pedir un hombre pobre?
Siempre tuvo que luchar. Lidiar para conseguir cada pequeña cosa en su vida se convirtió en su segunda naturaleza. Arrancarle a sus padres unas monedas para hacerse un vestido (esas monedas que ella misma había aportado a la economía familiar), conseguir un aumento de sueldo, casarse...Todo fue lucha, discusiones, silencioso llanto por las noches...
Un exagerado sentido de la justicia, del honor, se desarrolló en esa niñez y creció en la torturada adolescencia. Ella quería justicia y respeto a su alrededor. Lo que no había recibido de sus padres lo reclamaba de su novio y de sus amigas, de sus hermanas.
Pero quien dijo que el mundo es justo? No era justo que los padres la aprovecharan, que su hermana mayor la usara y que la hermana menor la despreciara. No era justo que sus patrones explotaran su buen gusto pagándole igual salario que a las demás costureras, no era justo que su novio, al que amaba, su novio, el único en el mundo que le demostraba su cariño, aprecio y respeto, estuviera enfermo.
Tenía que elegir entre una corta vida de amor y sacrificio o una larga vida de bienestar
sin amor. No hubo ninguna duda. El sacrificio no era una idea, era su vida diaria. Durante diez años vivió con abnegación su amor. Hasta el fin, hasta que “la muerte los separó”.
Despues de la muerte de su amado, quedó la lucha por la subsistencia, el trabajo, la terquedad de seguir viviendo y mendigando de su familia la ternura que nunca le dieron.
Sus exigencias de amor, respeto y estima eran tan enormes que la gente se le resistía. Todos pensaban que era una buena persona, pero no podían conservar su amistad a lo largo del tiempo. Nadie osaba decir algo en su contra, pero no le concedían su intimidad. Hasta su hija siempre temió entregarse a ella por miedo a ser tragada, borrada.
Sus amigas le temían. Sus críticas eran implacables...y siempre había críticas...
Finalmente, sus padres, sus hermanos, toda su familia fue muriendo. Ella, la fea, la desgraciada, la pobre infortunada, sobrevivió al resto, única de su generación.
Aún en su vejez continúa pensando en su niñez, en sus padres, en los motivos que tuvieron para comportarse con ella con tanta frialdad e invertir todo su amor en la hermana mayor. Pero sabe que pagaron el precio de sus errores: la hermosa fue un fracaso y no les dió satisfacciones, no supo elegir y vivió una vida mezquina y pesada. Nunca agradeció a su familia los sacrificios que hicieron por ella ni les demostró cariño.
Solo la fea cuidó y protegió a sus padres hasta el día en que murieron. Y hasta hoy, cuando todos los protagonistas de esta historia son sólo polvo olvidado, en los últimos años de su larga vida, sigue recordando con orgullo —como si aún tuviera diez años- su conducta de hija ejemplar. Y aún espera que su madre le diga, con ternura: “fuiste la mejor de mis hijas!”. ■
3 comentarios:
Leí varias veces este relato. Me impacta y me deja cada vez distintas reflexiones.La protagonista pone inconscientemente como pretexto la fealdad, la ejemplaridad al deber y la espera de la devolución a su devoción, sin vivir su propia vida.
Me gustó Silvia que lo hayas publicado. Los cuentos de Ester son aparentmente sencillos por su estilo,pero adentrándose en la trama se descubren complejos significados.
MARITA RAGOZZA
Ester, creo que la historia de" La fea " esta inscripta en el incosciente colectivo,usted lo relata muy bien. Un saludo de
Celina
Un relato que no tiene fisyras en su escritura y que,creo, es una historia repetida en la vida de las mujeres. Un saludo de
Ani
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