Lo he invitado a este primer número del año porque as además de compartir la ciudad marina, su prosa es , a veces, una imagen , casi un cuadro. Silvia Loustau
He llegado. El tiempo que prolongó la espera ya se ha muerto. Y estoy aquí en plenitud. Cansados mis pasos por las piedras del camino, apresuraron la marcha rumbo a la pradera que los ojos intentaban horadar.Los seis caballos blancos que me siguen como perros juguetones sin bridas visibles, advierten el ansiado arribo. Por ahora sólo dos conocen el camino, tres lo ignoran y el restante, de crines generosas, lo intuye. Los primeros sienten la pradera, uno la ve y ha visto todo; otro la oye y el susurro lo pulsa en son de vida. Yo traspongo las fronteras que separan las piedras del mar vegetal. Más cerca, la pradera se muestra como lo que en realidad es y hasta hace unos instantes ocultaba pudorosa: un trebolar. Crines Largas describe sus percepciones, y los corceles que estaban ignorando, de pronto conocen. Los animales corretean, el trebolar los recibe, y yo, adentrándome en el verde que me cubre, intento hallar la hoja faltante. Hurgo, y mis manos sienten – y todo mi. cuerpo siente – millares de gotitas verdes de rocío que parecen brotar a mi involuntario llamado. Hundo mi rostro en los tréboles, siento que mis caballos están presentes –pero no lo veo -, se que el viento nace del ondular de las hojas. Después, la luz intensa que me arrebata termina siendo un cielo claro donde las estrellas, exploradoras perpetuas de la noche, son trozos de mi, nacidos del hallazgo de una paz compartida, en la que volvemos a engendrar el tiempo.
6 de enero de 2009
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1 comentario:
Un texto que trasmiten tantas sensaciones , que uno siente los pies alli, en un trebolar húmedo.Lo saluda
Celina
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