Palabras de Alberto Nadra – mayo 2011
Sobre el final de la Feria del Libro, Silvia Loustau me invitó a presentar su bello libro “Mariposas Rojas, Mariposas Negras. Memorias de una militante argentina en Chile, 1970/73”. Les transcribo –palabras más, palabras menos– el texto de mi intervención, aprovechando la publicación para agradecer a quien se atrevió a compartir conmigo el recuerdo de un pasado con tantas similitudes, como imperdonables incapacidades para unirnos en aquellos tiempos.
Qué difícil sintetizar tanto amor, tanta lucha, tanta militancia, tanta vida en un sustantivo y dos adjetivos. Cuánto talento para escribir, simplemente, Mariposas Rojas, Mariposas Negras.
Esto logra Silvia Loustau, quien se presenta a sí misma en la novela como “Mariana”, o “Laura” –su antiguo nombre de militante. Loustau, una poeta y escritora excepcional. Primer Premio de Poesía Ilustrada en La Plata –con Carta a Pablo Neruda– cuando tenía apenas 18 años. Primer Premio de Narrativa del Centro Editor de América Latina (CEDAL), con 19, ante la sorpresa de David Viñas, quien le confesó –azorado al ver aquella casi adolescente recibir el reconocimiento– que el jurado estaba convencido de que el autor de la obra compartía la generación de los evaluadores.
Las introducciones no terminan con ese “alter-ego”, sino que continúan con numerosos “poetas/compañeros”: María Mombrú, su madre poeta, como la describe; Carmen Soler, la misma Margarita Aguirre, entre otros, que ustedes, lectores, tendrán el placer de ir descubriendo entre las páginas. Todos le transmitieron un mensaje que Silvia hizo carne: trabajar, trabajar y trabajar sobre las palabras.
En el libro también aparece Silvia, la militante. Aquella niña que en las primeras páginas encontramos charlando con el abuelo, descubriendo otro sentido para una canción infantil Aserrín, Aserrán…; otro sentido que la marcaría para siempre, al igual que el mandato de aquel viejo anarquista. Así lo vemos en la promesa que le hizo varios años después, cuando dejó su casa natal: “seguiré escribiendo; seré una excelente estudiante; militaré para que la tortilla se vuelva”. Poco después, con 18 años viaja a “construir el socialismo” con Allende, convocada por la magia de Traful, el casi mítico gran vikingo inspirador, un cuadro del MIR. Aparece la Silvia que conmueve a toda la UNLP con su poema “A quien le importa”, seguramente escrito en su Lettera naranja, cuando la masacre de Trelew, el 22 de agosto de 1972. Y también la Silvia que llena los ojos de lágrimas a decanos, profesores y compañeros de estudio en la masiva asamblea universitaria en solidaridad con Chile, después del golpe del 11 de septiembre de 1973.
La vemos crecer como militante, no sólo a través de las sensaciones personales que nos transmite, sino también a través del relato de lo que se lee en los ojos de sus compañeros, de ambos lados de la cordillera.
Y es fundamental que comparta su relato de cómo éramos, como soñábamos, como vivíamos los militantes de aquella época; qué parecidos y qué diferentes a ambos lados de la cordillera. De un lado, con una tradición de nombres de militancia, de diferencia entre casas abiertas u operativas, de documentos
1 comentario:
Qué emocionante Silvia!! Sos una maza!!! En la palabra, en la vida, en la lucha, siempre, siempre!!!!!Un lujo conocerte y recorrer la bitácora de tu alma...
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