Desde el año 1234, la religión católica prohibió que las mujeres cantaran en las iglesias.
Las mujeres, impuras por herencia de Eva, ensuciaban la música sagrada, que sólo podía ser entonada por niños varones o por hombres castrados.
La pena de silencio rigió, durante siete siglos, hasta principios del siglo veinte.
Pocos años antes de que les cerraran la boca, allá por el siglo doce, las monjas del convento de Bingen, a orillas del Rin, podían todavía cantar libremente a la gloria del Paraíso. Para buena suerte de nuestros oídos, la música litúrgica creada por la abadesa Hildegarda, nacida para elevarse en voces de mujer, ha sobrevivido sin que el tiempo la haya gastado ni un poquito.
En su convento de Bingen, y en otros donde predicó, Hildegarda no sólo hizo música. Fue mística, visionaria, poeta y médica estudiosa de la personalidad de las plantas y de las virtudes curativas de las aguas. Y también fue la milagrosa fundadora de espacios de libertad para sus monjas, contra el monopolio masculino de la fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario