17 de abril de 2010

El Bastón por Silvia Loustau



Aquella mañana el frió le congeló el rostro. Respiro de manera entrecortada, sintiendo que los bronquios se comprimían ante el ramalazo helado. Apuró el paso, acomodó la manija del bolso y se arrebujó con un movimiento de los hombros. Sobre la vereda iban quedando las últimas hilachas de sueño. Calculó que faltarían tres o cuatro minutos para que pasara el micro.
Miró el cielo, una sombra de luna transparente se iba diluyendo . Parece plena noche y son las seis y media, pensó la mujer, bajando la mirada. Entonces lo vio. Allí estaba el hombre. Es la tercer mañana – susurró a la vez que sus pasos se hicieron más lentos.
Allí estaba. Media cuadra antes de la parada. Un hombre de sobretodo oscuro. Largo. Con amplias solapas, levantadas para cubrirse del aire gélido. O para taparse el rostro, sospechó la mujer. Parado ahí. En la entrada de una casa de departamentos. Como esperando a dar otro paso. Al acercarse ella iba observando otros detalles. Anteojos oscuros. Entre los anteojos y las solapas el rostro era un misterio. El pelo entrecano. Peinado con excesiva prolijidad. Estaba muy cerca del hombre cuando un detalle la paralizó: el bastón. La asaltaron historias detectivescas en la que los bastones escondían filosas dagas. Los latidos de su corazón la ensordecían .
Pasó frente a él con el deseo de ser invisible y temor de perder el ómnibus al que vio doblar en la esquina. Trató de correr y odió sus zapatos de gruesa suela de goma, tan silenciosos que dejaban oír el más leve crujido de una leve hoja. Entonces escuchó los pasos. Lentos .Pesados. Parsimoniosos pasos del hombre. Cruzar la calle, se le ocurrió a la mujer, cruzar y colgarse rápido del colectivo que ya estaba llegando. Y un tac-tac, otro paso, como un reloj mortal.
El frío y el terror eran dos garras atenazando su garganta.
Cuando apoyó un pie en el estribo temió que un ataque de asma le encarcelara el aliento. Alguien le cedió el primer asiento. Entonces, sintiéndose a salvo, miró por la ventanilla y un blanco resplandor le hirió las retinas. El brillo del bastón del ciego, que contrastaba su sobretodo negro, con el guardapolvo blanco del niño que lo ayudaba a cruzar la calle.■

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nos mantenes guardando el aliento, como el personaje del relato.Me gusta porque mostrás el poder de la imaginación.
Un saludo

Pedro Ferrer

Anónimo dijo...

Guardar el as en la manga para despistar al lector, como hemos visto en el taller, aquí lo aplicaste y nos mantenés en vilo hasta ese final tan cotidiano.
Un abrazo.

Marce