
Las algas eran viñas entrelazadas. Pulsos de colibríes estáticos. Un cielo submarino.
Escucho un canto de escamas esmaltadas.
Me deslizo entre símbolos. Desde un ojo de buey un pirata espía.
Me deslizo hacía un caldero de cobre verdecido; han escondido en el aguamarinas y una fusta de oro fino. Una fusta de siete cuerdas. En sus puntas descubro escapularios. Un rostro blanco, sutil. Alguien lo busca.
Me deslizo. Libélulas trasnochadas me rodean. Allí queda la memoria de mi cuerpo.
Me deslizo entre las glaucas aguas. Un silfo canta un aria. Se eleva altiva, una herida abierta en los pensamientos del cielo.
Entristezco. Busco el silencio, lamiéndome, como si fuese una ninfa. Una mariposa marina.
Avanzo. Relampaguea un pez, lento, adormecido.
Hay una grieta. Te busco en los estanques breves del mar.
Me deslizo. Agua sinuosa. Luz. Aura.
Cueva de ágata titilante.
Me deslizo. Entre rizomas tiernos veo al niño. Juega con caballitos de mar.
Reina azul, murmura. En la levedad del abismo lo beso: tiene tu rostro.
Me despierto guardada en tu abrazo ardiente.
La luna sugiere sangre entre mis piernas.
El mar me lava. Frío. Sufriente, arrastra la semilla. La huella de veintiocho días.
- Contame, amor, contame – susurrás en mi oído.
-Soñé con el niño, la guagua. Eras vos- y mis pechos adivinan la nostalgia voluptuosa de la ausencia.
- Habrá otras lunas - confesó el mar.
Texto onírico perteneciente a una novela en trabajo de progreso.
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