15 de mayo de 2011


falsos, de la vista entrenada para ubicar la falta de una mirilla, o una salida de emergencia. Y, del otro, todo entusiasmo militante. Sin inocencia; con preparación, pero con una tradición de años sin dictaduras ni medidas para enfrentarlas.

Silvia también nos recuerda, sin pretensiones profesorales –simplemente como vivo testimonio– algunos de los debates acerca de sectarismo, voluntarismo, verticalismo, autoritarismo. No se trata de un mundo idílico; sí de un profundo amor por el pueblo en medio de búsqueda y confusión. Y una consigna que se repite en todo el libro: “Endurecernos, sin perder la ternura”. No todos lo lograron; ni siquiera todos lo buscaron. Pero cruzó a todas nuestras organizaciones. Aún en estos temas ríspidos, Mariposas muestra lo mejor de aquella tensión. Sin ocultar nada. Ni siquiera las pequeñas miserias, anticipando formas y métodos menos neutros; más dolorosos y dañinos. Es fundamental que nos los traiga nuevamente a nuestros días, que lo muestre como testimonios de vida, pues no es tarea fácil explicarlo a quienes no lo vivieron: ese amor y esa furia; esa entrega y ese coraje.

¿Qué más decir del libro que presentamos hoy, con humildad, pese a que merecía una sala y estaría entre los de gran venta si contara con algún guiño, de esta industria brutalmente mercantilizada?

Uds. lo leerán. Deben leerlo. El rojo y el negro tienen muchos sentidos. La tierra arada, negra; el cielo rojo. La movilización de febrero de 1972 de apoyo a Allende como un alborozo de agradecimiento; como mariposas rojas, mariposas negras. Rojo de antorchas, negro de la noche, en la movilización en solidaridad frente al golpe en Chile. Rojo y negro de las pintadas. Rojo el rostro de Neruda; negra su gorra. La bandera del MIR. Siempre –igual que la estrella de las FAR– en el corazón de Silvia. Y el beso de José, que se confunde con una de sus mariposas mientras duerme. Son más, muchos más, que ustedes irán descubriendo mientras lean. Los hay en alegrías y tristezas; en sueños y pesadillas. Todos refuerzan la imagen en nuestras retinas y en nuestro corazón.

Hay una frase esclarecedora del prologuista, Alfonso Freire, quien afirma con precisión “a la chilena”, que se trata de “memorias noveladas” o una “novela memoriada”; de un relato envolvente y polifónico: Digo que esta memoria, es polifónica porque rescata no solo la vida de Silvia, a su abuelo conversando con ella en el patio de la casa, sino la vida de cada una de las personas que la van tocando en su recorrido, dándole nombre y carnadura a cada uno de los rostros que la acompañan desde su viaje de La Plata hasta el mas mínimo compañero con el que se encuentra en su recorrido por la ‘experiencia chilena’. Digo que es polifónica porque a cada hablante se le permite decir en su propia voz, Silvia rescata el nimio gesto que permite que la ternura sea revolucionaria”.

Y un aspecto muy interesante es que no son Salvador Allende, ni Carlos Altamirano, ni Miguel Henríquez, ni Luís Corvalán –íconos de la historia de aquellos días– los que hablan, los que obtienen “nombre y carnadura”. Es el pueblo; el “héroe colectivo”, al decir de Oestherheld. De esta manera, con estas voces, con estas presencias que se van tornando entrañables, repasamos en el encuadre de una obra musical –Primer y Segundo Movimiento, Intemezzo y

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuantos recuerdos, Silvia, cuanto tuviste que bucear en vos misma para escribir esta novela,es un testimonio imporatente el que dejas, amiga, lástima que no esta en todas las librerias.
Un abrazo enorme de

Susana Gentile