25 de julio de 2010

Evita por Silvia Loustau- texto perteneciente a una novela de próxima aparición-




Y un pueblo que se llama Los Toldos, allá en el norte de de la provincia de Buenos Aires apareció bajo mi mirada. Como si fuese una maga y viese en una bola de cristal. Y la niña, de piernas flaquitas, como un terito mal alimentado, corría por el campo, iba a la escuela. Sentía el gorgoteo de su estomago con hambre. Los dedos cuidados, de uñas pintadas, señalando a su madre y a ella: es hija del pecado, la hija de Duarte, pero él no quiere saber nada. Lo bien que hace. Y Maria Eva era entonces Ibarguren. Y conoció el desprecio. La soledad del diferente. Y seguro hubo lágrimas en su almohada de niña descastada. Y un día soñó con la palabra: Igualdad. Y supo que debería andar otros caminos. Y la joven de ojos hundidos, afiebrados, y oscuros, llenó una valija de cartón y partió. Buenos Aires. Sus luces. Las pensiones. Comer salteado. Igualdad, repetía. Y fue actriz. Y nunca se lo perdonaron. Las actrices son putas. Igualdad. Y encontró a aquel hombre que no sabia le estaba abriendo las puertas de la historia. El General Juan Domingo Perón. La llamaba: Negrita. Y la Negrita sembró los sueños atesorados. Igualdad. Para las mujeres. Para los niños. Para los grasitas. Los descamisados. Mis muchachos. Los ancianos. Su pelo se volvió de trigo. Y a veces parecía una princesa de cuentos. Y las compañeras la seguían. La amaban. Las señoras de cunas de oro, las que tenían apellidos con olor a bosta, esas, esas, le daban vuelta la cara, la llamaban : La Perona. La puta. Y ella sonreía, a su lado estaba el pueblo. Sólo el pueblo salvará al pueblo, dijo y un viento de banderas se hizo eco en los cuatro puntos cardinales de la patria. Y las mujeres ganaron el voto. Y hubo niños felices. Y hospitales. Y escuelas. Y los niños debían conocer el mar y las montañas. Vacaciones obligatorias y algo nuevo que se llamó: aguinaldo. Y jubilación. Y sidra y pan dulce y navidad con juguetes. Cuiden al general, decía, cuiden al general de los traidores, repetía, ya con su rostro lívido. Y soñó con las milicias peronistas. Y de Bruselas, esa ciudad de encajes, trajeron las armas, Y ella ordenó: son para el pueblo. He venido a traer el fuego a la tierra, dijo. Y Quirón, aliado con la Sombra de La Traición la atacó, en una noche de sueño leve .Y la niña de piernitas de tero, se irguió y su voz resonó en la plaza que victoreaba su nombre: estoy impaciente por volver a la lucha. La lucha. La victoria será nuestra. Nuestra. Nuestra. Tendremos que alcanzarla, tarde o temprano. Tendremos que alcanzarla. Alcanzarla Yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la Victoria. La Victoria. Volveré y seré millones. Y será millones. Será millones, Evita, el día que alcancemos la Victoria.


A todos mis compañeros con quienes militamos y soñamos en la La Plata por una Patria Libre- Justa- Soberana.

A quienes en esa lucha dejarón su vida, y son demasiados los nombres de los que quise mas los 30.000

Hasta la Vitoria y por la Memoria siempre


Silvia
/


* Elegí esa foto ya que me trae muchos recuerdos,entre ellos haber visto el porster , por vez primera en la casa del Turco Achem ( asesinado brutalmente por las Tres AAA en 1974)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente el ritmo del texto , Silvia. Un abrazo desde Holanda,

Jan

Ps. la señorita que comento antes parece que no conoce los Derechos del Hombre, los implantaron con la Revolucón Francesa, y cada ser es libre de hacer lo que quiera, incluso comentar, A nadie llevaron a la Guillota por no hacerlo.Atte,

Jan

Anónimo dijo...

a EVA


Mi canción, mi dolor ,ni siquiera la olvidarán,

si semilla fui, creciendo lejos de los latifundios,

dando un golpe de mi existencia , a la oligarquía.

Mi palabra enfrentó el puñal de los ricos

y alentó a los descamisados.

No temí el poder que esgrimían

las soberbias damas de beneficencia,

y un viento nuevo envolvió a la infancia,

honda primavera, con vuelo popular.

Y robé del cielo las estrellas

para colgarla en la mirada de los niños,

e inventé un refugio para los obreros.

De qué me pueden culpar,

si mi acción fue solamente

escuchar los latidos del pueblo.


stella maris taboro