10 de enero de 2008

Texto Silvia Loustau

Nubes en el suelo

No sabia porque en sus caminatas juntaba las pequeñas, sedosas piedras que reposaban a orillas del río. Ese río tan cotidiano. A tan pocos metros del fondo de su casa. Atravesar el pórtico verde, deslizarse unos doscientos metros sobre el pasto siempre húmedo y
allí estaba. Su líquido espejo. Su amigo que la arrullaba mientras ella pensaba en la señora Dalloway y sus desgracias.
Otras mañanas no pensaba en nada. Sentía el mundo gris pesándole sobre su frágil espalda. Y cada tanto un canto rodado la llamaba. Ella le respondía arrullándolo en los bolsillos de su pollera.
Había conseguido un cuenco de plata y allí iban a parar las piedras. Extraño adorno, opinó Vitta. Nada más.
Pesadillas.Palabras .Palabras y pesadillas la perseguían otra vez. Angustia al despertar. Largos, lentos paseos escuchando los secretos del río, para lograr la calma. Aquella tarde observó las
nubes corriendo sobre el agua. Río espejo. Todo se había invertido, pensó, piedras en el cielo, nubes en el suelo. Todo se había invertido. Y lloró.
A la mañana siguiente rechazó el desayuno que le preparó el ama. Buscó su delantal, aquel que usaba en verano. El de las flores liberty y los amplios bolsillos.

Caminó los doscientos metros que la separaban del río.Mientras tanto los cantos rodados le susurraban mensajes desde el fondo de los bolsillos. Llegó a la orilla. Juntó otras piedras más. Con parsimonia, casi con religiosidad entró al agua. Despacio. Despacio. Hasta que la cubrió.



Silvia Loustau

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