4 de noviembre de 2009

No existiría el blanco si no palpitara el negro por Osvaldo Pampin



Y un día; el diablo se fue. Meditó mucho la cosa. Hizo un balance de sus actuaciones y al final; se decidió. Últimamente la cosa no venía bien. Su función estaba desvalorizada, mucha competencia. Mucho Hollywood. Siglos tratando de consolidar un proyecto que no pudo enfrentar los cambios ¡Si hasta Freddy Kruguer era más reconocido que el! Consultó con Caronte, se lo anticipó a la parca. Con Dios no pasó nada, una eternidad sin hablarse. Cuando se enteraron arriba, hubo corrillos de santos, angelitos culones y arcángeles, el ascensor subía y bajaba, desde el primer círculo hasta el pent-house del Edén, mil veces por dia. Nadie pudo convencerlo. Una tarde, le dio un gran abrazo a Jesús, se despidió afectuosamente de una llorosa Magdalena. Llenó sus valijas, arengó a sus seguidores, abrió cadenas y grilletes, apagó los fuegos, dio un largo vistazo a sus ígneos señoríos, dijo: “Adiós perdedores” y, acompañado por unos pocos fans, se tomó el bondi. Desde una de las ventanas del paraíso, Dios contemplaba la partida, mientras pensaba - “Uy yo ¡la que se viene!” – Los días que siguieron fueron inquietos, de gran desasosiego. Si, es cierto, los festejos se dieron por todas partes, los del purgatorio bailaban a las puertas del tártaro, recolectando piedritas y recuerdos. En el mundo de acá abajo, el impacto se demoró un tiempito. Alguna médium se enteró por terceros, algún general se quedó sin cadena de mandos superiores, el gran Maestre de una orden satánica se cuestionó el sacrificio de una gallina. De a poco hubo certezas y entre los fieles seguidores del bien y lo justo, hubo suspiros aliviados y mucha preocupación por el futuro, ya no tendrían parámetros ni inspiración, ni siquiera supuestos enemigos a quiénes enfrentar. Deambulaban atontados entre humaredas de inciensos y aturdían micrófonos con parrafadas absurdas en las que abjuraban de lo que había dejado de ser, haciendo como que era. Nadie pudo precisar un encadenamiento cronológico de sucesos. Algunos señalan la iluminación del pastorcillo que achacaba al malo su zoofilia “Yo no quiero, pero Él me tienta”. O lo que sucedió con un conocido predicador que, sermoneando fervorosamente a su grey, desencadenó un coro de carcajadas cuando dijo “Echare al maligno de sus cavernas de fuego” No menos relevante fue el papelón de un exorcista que, en medio de su trajín, se quedó de piedra, al ver que su acometido le miraba fijamente, mientras subía y bajaba la mano derecha con los dedos pegados. Una multitud silenciosa, lentamente, casi sin tomar conciencia, asumía su responsabilidad. El lado oscuro, cuidadosamente alojado en el secreto más absoluto; aparecía. A salvo de tentaciones, los enamorados daban rienda suelta a la pasión, prescindiendo de tramitazgos burocráticos cuya única razón de ser era, o mejor, había sido, disimular el triunfo del instinto por sobre las formulas. Venerables damas fatigaban boliches de onda y bailes de “Solos y solas”; sus amantes habían sido recusados a cambio del silicio de innumerables días de rezos y efervescencias, desveladamente sacrificadas por una plaza en el paraíso; que ahora, era destino único, El santo padre no hacía más que rascarse la cabeza, la ausencia de tentaciones había generalizado el estado de gracia y con esto la función del clero se tambaleaba. Se dio un caso francamente curioso; en resguardo del bien y pidiendo por la salvación eterna, cierto obispo elevaba sus ruegos por la vuelta de Satanás. Si acá la situación era delicada, que decir de las alturas. Cerrado el averno, sus habitantes se diseminaron por las adyacencias. Era estremecedor ver al marqués de Sade enfrascado en interminables peroratas con San Francisco que no podía entender porque le habían privado de conocer a tan formidable pensador. Mezclados entre la multitud había inquisidores, comisarios de la bonaerense, milicos de todos los procesos, actores en decadencia, periodistas a sueldo, uno de estos se hizo muy conocido porque, a pesar de sus esfuerzos, siempre estaba solo, y rufianes aun más oscuros. Los más resbaladizos se apropiaron de los aposentos que Luzbel había abandonado y, desde esas oscuras profundidades movían los hilos de una hermandad nefanda que ganaba poder, sin apuros. Dios, contemplando las manzanas del paraíso que, se pudrían en los arboles, ya que las serpientes, despojadas de su oficio, habían vuelto a su costumbre de picar a los que se animaban a estirar la mano, pensaba y pensaba, sin encontrar una solución. Jehová reunió a sus consejeros y a los jefes de los demás paraísos y se encerró con ellos; la situación apremiaba y había que pergeñar una salida a la crisis. Seis mañanas discutieron, y nada. Seis tardes, y los ánimos se caldearon. En la sexta noche se gritaron e insultaron, Mahoma estrelló una miniatura de la torre de Babel contra el suelo, y ¡el acabose! Alá y su colega, el dueño de casa se agarraron a las piñas. Cuando pudieron separarlos, Alá se fue dando un portazo, la reunión terminó con una profunda división en la familia y con un Jehová que repetía, a quien quisiera escucharlo, que a ese maleducado tampoco le dirigiría la palabra por toda la eternidad y, aunque El era el dueño de la verdad, nadie le creyó demasiado, los paraísos estaban muy próximos y las huríes eran muy hermosas. Para no cortar el dialogo, nombraron mediador a Confucio, que pudo hacer poco porque su reino era inmenso y la caridad bien entendida empieza por casa. Así las cosas, Dios decidió romper el silencio y, con la excusa de una gira, se llegó hasta la Antártida. Luzbel que descansaba en el helado continente, quedó asombrado, adivinando quien era el ocupante del blanco vehículo que se acercaba y casi se cae cuando vio a la celeste figura que descendía ¡Como en los viejos tiempos! Pensó mientras se confundían en un abrazo. Y ahí decidió volver.

gracias, Osvaldo, por este cuento especial para el blog!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen relato, Osvaldo, un gusto leerte en esta fiesta,


Sebastián

Anónimo dijo...

Mis felicitaciones Silvia y que haya muchos aniversarios.
Un gusto y una sorpresa encontrar acá a Pampín, sin duda un escritor fuera de lo común

José Ernesto Pineda

Anónimo dijo...

como toda tu narrativa es " enganchadora " para el elctor. Me alegra que estés en el Cumpleaños del Blog de Silvia, un saludo de

Alicia

Anónimo dijo...

Que ironía asocaitiva y que soltura para revolver el caldero. Todo un logro lo que se quiso decir. Cordialmente.
Ma Elena Sopena

Anónimo dijo...

Me extraña que a Pampin siempre le entiendo todo, esto salvo que sean metáforas de situaciones que desconozco, se me hizo un lío negro. Algúndía alguien con paciencia me la traducirá. Cordialmente.
Abel Lepesa