27 de febrero de 2010

Cristina Villanueva ( Buenos Aires) y Laura Capella ( Rosario)


Dos voces, dos estilos unidos en una misma gota, una gota de rocío y adentró, guardada, para siempre despierta, brillante, dolorosa:

La Memoria

Los no del todo idos de marzo por Cristina Villanueva - Buenos Aires

Toda esta puesta en escena argentina me hace recordar las palabras de Hanna Arendt en el juicio a Eichmann: "Lo inquietante en la persona de Eichmann fue justamente que él era como muchos y que esos muchos no eran perversos ni sádicos sino terriblemente normales. Normales que dan miedo".

El día se va acabando. Cercano al comienzo del otoño cuando con belleza descuidada se desandan las hojas de su abrazo de árbol.

Hace treinta y cuatro años, pienso, la mañana del 24 de marzo caminaba Callao hasta que vi esa sangre, expuesta pero no nombrada.

Busqué la noticia en el diario, no estaba. Fue el comienzo de la unión perversa de la exhibición y el silencio. El miedo entonces fue un vestido compacto, todas las formas del miedo, aún las que nunca habíamos conocido.

El miedo a lo que no se nombraba, la amenaza que no era posible disolver con palabras. Tomaba cuerpo, era cuerpo. Dolor de la garganta que no habla.

Sueño que se escapa, pesadilla, desamparo. Ningún interior era posible, seguro. Alma expuesta, fractura de los símbolos, de la lógica, del pensamiento que no puede con lo impensable. Andar calles infectadas de uniformes, un verde repugnante, tan distinto al otro verde-vida. No se sabía qué era lo que te podía perder o salvar.

Ciudad dónde todo estaba sospechado, ser joven, vivir, pensar, vestir de cierto modo, juntarse, algunas profesiones, estudios, lecturas, libros, cuadros. En fin, todo lo que quería y era mío. Para ser o estar tranquila habría tenido que no ser, no desear la libertad, no soñar otro mundo, no pensar, no haberme metido "Hiroshima mon amour" adentro de la sangre, notomar café en La Paz, no caminar Corrientes entre librería y librería, en síntesis: NO. El miedo triunfaba aún sobre la tristeza. Si hubiera podido querer a los que enfermaban, destruían los signos vitales, enrarecían el aire. Si hubiera podido oírlos sin rebelarme, no darme cuenta de nada; hubiera esquivado el miedo, y esa sensación de desamparo, ese estar expuesta al capricho de un poder brutal. No pude, las manos del miedo tapaban la boca pero no los ojos.

Ese volcán estancado, interno, explotó una noche en cantos cuando esperábamos al día siguiente, el primer día de la democracia. Luego vino el llanto, lo acumulado se volcó en palabras y nos volvimos a adueñar de sentidos, sentimientos, sutilezas. Seguro que la memoria de la piel conserva ese terror.

En la presentación de un libro, los personajes de Ernesto Mallo de la novela "La aguja en el Pajar" estaban teatralizados y andaban por la librería, entre nosotros. Uno de ellos, un militar con su uniforme se puso a mi lado. Le pedí que se fuera. Ni en ficción los soporto. Porque hicieron real lo que tiempo antes sólo podía ser ficcional. Nos trajeron esa helada certeza de lo que puede pasar entre normales. Tantos, tan normales que desvían la mirada y dejan a las víctimas solas, desnudas.

Para Silvia Loustau

La primera página (Fragmento de Memoria de una mujer de fin de siglo) por Laura Capella - Rosario

Ella se dirige resueltamente al sector de la biblioteca que hace muchos años no abre. Es donde guarda apuntes, programas y monografías de su época universitaria. (...) desea saber con qué compañeros hizo la monografía de Psicología Social. Recuerda muy bien el cuestionamiento a la cátedra -entre tantas cosas que cuestionaban- y cuya materia terminaron aprobando con un programa elaborado por los alumnos, con Marx y Engels entre los autores recomendados en la bibliografía. (...) Era cuando se aprendía más en el pasillo que en las aulas, tal la frase consagrada para explicitar ese estado de cosas. (...)

Ella no recuerda bien quiénes fueron sus compañeros, por eso busca la monografía. La tiene archivada amorosamente en una carpeta envejecida por los años. (...) se emociona al ver esas hojas amarillentas, hechas fatigosamente en máquinas de escribir y con copias en carbónico... La encuentra. Es extensa, prolijamente escrita a máquina, tal como lo recordaba. Pero sorpresivamente descubre que no está la primera página. Una oleada de calor le sube al rostro, busca una y otra vez y la primera hoja no aparece, no está allí. De repente un recuerdo la invade: se ve (...) rompiendo en pequeños pedazos la primera página, la hoja en la que estaban esos nombres. Recuerda con viva emoción que lo hizo por si caía en manos de la represión militar, que lo hizo para cuidar de sus compañeros. Pero advierte que, sin embargo, conservó lo que la hubiera inculpado a ella: el texto.

Reflexiona que esa página perdida fue en realidad una página sustraída a esa mirada que se pretendía omnipresente. Esa sustracción fue un ¡No!, uno más de los tantos ¡No! que los mantuvieron vivos esos años. También fue un ¡No! el texto conservado. De pronto comprendió que cada uno había rescatado algo de las hogueras que oportunamente hicieron para salvarse. (...) Comprendió que esas hojas salvadas decían: No todo puede ser destruido. El amo no es omnipotente. Comprendió que tanto la hoja sustraída como las conservadas representaban la apuesta dirigida hacia el mañana, ese mañana que es este hoy todavía incierto.

Y se sintió nuevamente joven y segura de insistir en esa apuesta.



Gracias Cristina y Laura por sumar sus voces, que sé siempre comprometidas, a

sumarse al este número del blog. Va mi abrazo para ambas,

Silvia

1 comentario:

Anónimo dijo...

A Critina y a Laura, con estilos tan diferentes y una misma causa.
Un saludo de


Alicia